Alexander Solzhenitsin: una vida para contar la revolución rusa

Solzenitsin

por Miguel Castellví

“Desde los nueve años supe que iba a ser escritor, pero no sabía qué iba a escribir. Poco después, me apasioné con el tema de la revolución y desde 1936, a la edad de 18 años, nunca dudé sobre cuál era mi tema, y nada podría haberme hecho apartarme de él” (Alexander Solzhenitsin, autor de “La Rueda roja”, el ciclópeo proyecto literario sobre Rusia y su revolución, al semanario “Time”). Sesenta años después, Solzhenitsin ha concluido su tarea. Pero Occidente no parece interesado, mientras en Rusia sólo un pequeño grupo de fieles mantiene la devoción por el gran disidente. Sus libros son todo menos literatura ligera y a veces exigen del lector un esfuerzo notable. A cambio le dicen -como afirma Neuhaus- «lo que sucedió momentos antes de que un gran pueblo se fuera al infierno» del bolchevismo, de Stalin y del Gulag. ¿Qué nos deja este gran escritor cuando la llama de la disidencia ha perdido su misión?

 

Nacido el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk, una pequeña estación termal en el Cáucaso, hijo de dos intelectuales –su padre, estudiante de Filosofía y oficial, y su madre, estudiante de Agronomía, se conocieron en Moscú en 1917-, la biografía de Solzhenitsyn parece programada para crear una gran obra literaria en torno a la Revolución. Su ambiente familiar era acomodado. El abuelo materno, de pastor de ovejas llegó a ser terrateniente gracias a su inteligencia y su trabajo, y su tío Roman poseía uno de los nueve Rolls-Royce de Rusia. La familia de su padre era menos rica, pero por ejemplo su casa era la mejor del pueblo.

 

Desde sus primeros días la vida de S. está marcada por la Revolución. Su padre, que había luchado en el frente como oficial de artillería, muere en un accidente de caza en junio de 1918, pocos meses después de la toma del poder por parte de los bolcheviques. S. nacerá en diciembre, y la figura de su padre, que no pudo conocer, adquiere perfiles heroicos en la imaginación del pequeño Alexander. Tanto la familia materna como la paterna perdieron todas sus posesiones durante la revolución. El primer recuerdo de S. es su madre que lo levanta por encima de las cabezas de los fieles de la iglesia del pueblo mientras un grupo de soldados rojos atraviesa la nave.

 

De su familia recibió una formación cristiana, aunque al final de la adolescencia se dejó deslumbrar por la ideología marxista. Años más tarde recuperó la fe y ahora es un devoto ortodoxo. Ya en el colegio estaba convencido de su superioridad intelectual y de que llegaría a ser un escritor tan grande como Tolstoy. Cursó con brillantez estudios universitarios de matemáticas y física. Siguiendo el ejemplo de su padre, en 1941 se alistó voluntario en el Ejército Rojo -«no se puede ser un gran escritor ruso sin haber estado en el frente», parece ser que dijo-. Participó activamente en la lucha contra los alemanes, alcanzando el grado de capitán de artillería. Sus experiencias bélicas cuajaron en el poema “Noches de Prusia”.

 

Estaba al mando de una batería en el frente de Prusia, muy cerca de Koenisberg, cuando en febrero de 1945 fue detenido. El servicio secreto militar había interceptado sus cartas a otro oficial, antiguo compañero de colegio y gran amigo suyo, en las que criticaba a Stalin. Condenado a 8 años de campo, fue desterrado a Kok Terek, un  pueblo perdido de la estepa de  Kazajastán. Allí se le diagnosticó un cáncer, del que se salvó. La enfermedad, el tratamiento en el hospital de Tashkent y su curación dio origen al un gran relato, “Pabellón de cáncer”.  En 1956 llega la rehabilitación y el retorno a Moscú.

 

Desde que era estudiante de bachillerato escribía sin cesar. A los 18 años concibió el plan de escribir sobre la revolución. En el frente redactó un diario, incluso bajo los bombardeos. Esos cuadernos fueron destruidos por la KGB tras su detención: el proprio S. describe su alivio –los diarios contenían textos comprometedores para muchos amigos suyos-, y su pena por la pérdida de sus notas, que le hubieran sido de gran utilidad para su proyecto. Corriendo graves riesgos continuó a escribir en el Gulag.

 

Una tarde, cuando ya no había luz, el viento le arrancó de las manos uno de sus apuntes. Pasó la noche sin dormir: si los guardias hubieran encontrado el papel, le hubiera costado muy caro. Pero sus oraciones fueron escuchadas, y cuando salió el sol, en un montón de basura pudo encontrar la nota. Nunca más volvió a arriesgarse. Y en vez de escribir, memorizaba sus poemas utilizando rosarios de migas de pan confeccionados por católicos lituanos compañeros de prisión. Por fin, en el destierro de Kok Terek, pudo volver a escribir, siempre con gran secreto. Lo hacía de noche, al volver del instituto donde enseñaba matemáticas y física. Tenía una mesa con un doble fondo en el que escondía sus manuscritos.

 

La creatividad le salía por los poros de la piel, e incluso en el Gulag recitaba poesía para sus compañeros. Uno de sus amigos de exilio recuerda que, con su mujer, pasaron una noche entera oyendo a S. que recitaba sólo para ellos su obra de teatro “El ingenuo y la complaciente”, inspirada en una experiencia personal en el campo de trabajo de Kaluga. Tras su rehabilitación enseñó en la escuela de un pueblo cerca de Moscú (allí le pasó lo que cuenta en uno de sus mejores relatos, «La casa de Matriona»), y más tarde en un instituto de Ryazan, sin dejar nunca de escribir. En 1959 fue su año mágico: empezó a recoger datos para el «Archipiélago Gulag», hizo el borrador de «El primer círculo» y redactó «Un día en la vida de Iván Denisovitch», al que puso como primer título “Shch-854”.

 

Un nuevo Gogol

 

Alexander Tvardovsky, buen poeta, editor de “Novi Mir” y padre del cineasta (el autor de “Rubkliev”), leyó el manuscrito de «Un día» en diciembre de 1961. El manuscrito, que había sido rechazado por otras publicaciones, llegó a Ana Berzer, lectora de originales de “Novi Mir”, revista literaria de vanguardia. Ana logró que Tvardosvky se lo llevara a casa un viernes por la noche, para leerlo con tranquilidad. Empezó a ver el manuscrito en la cama. Cuando se dio cuenta de su importancia, se levantó, se vistió, y se fue a su despacho. Luego explicó que aquella obra no podía leerse en batín –“hubiera sido un insulto al autor”, dijo-. Sin dormir, a primera hora de la mañana fue a la redacción de la revista, y con otro escritor, Viktor Nekrasov, brindó con vodka al nacimiento de un genio: “un nuevo Gogol”, dijo. El resto de la mañana lo dedicó a emborracharse en honor del desconocido autor. Tvardovsky dijo que a partir de ese día, su único objetivo iba a ser publicar  “Un día en la vida de Iván Denisovich”.

 

Después de una larga campaña que duró casi un año y que incluyó una edición secreta de “Un día” para los miembros del comité central del PCUS, en octubre de 1962 consiguió que Kruschov autorizara su publicación. Cuando se supo la noticia, en la redacción de “Novi Mir” estalló una salva de aplausos: todos habían leído el manuscrito, por Moscú corrían copias ilegales, y la publicación se esperaba con ansiedad. El 17 de noviembre de ese año salía a la luz el relato de un día de un «zec», un campesino semi analfabeto condenado al Gulag, cambiando la vida de Solzhenitsyn y logrando una difusión mundial en poco tiempo.

 

Con “Un día”, S. entró con pleno derecho en la intelectualidad rusa. “Dentro de un mes, usted será la persona más famosa de la tierra: ¿será capaz de resistir a la fama? Es muy difícil resistir a la fama, Pasternak no fue capaz”, le espetó a S. entonces nada menos que Ana Achmatova, la mayor poetisa rusa de este siglo. Fue un encuentro sensacional: S.  recitó un poema de Chamtova, y la poetisa dijo una parte del “Réquiem”, los versos inmortales escritos durante las purgas de Stalin.

 

La década heroica

 

  1. resistió a la fama, pero el gobierno soviético no fue capaz de resistir a S. Lo que se vio después fue la década heroica de los grandes disidentes: Solzhenitsyn, Sajarov, Daniel, Siniavsky… los pocos pero valerosos profetas que denunciaban desde el interior los crímenes del sistema soviético. Una lucha seguida con gran atención por la prensa mundial y que en el caso de S., llevó a las autoridades comunistas a repetir lo sucedido con otro grande, Pasternak. En 1971, el ministerio del Interior escribió un largo memorándum sobre el tratamiento de los escritores, subrayado por el proprio Brezhnev: «en el asunto Solzhenitsyn estamos repitiendo los mismos errores que cometimos respecto a Boros Pasternak. El “Doctor Zhivago” debió ser «suavizado» y publicado aquí, reduciendo así el interés en el extranjero».

 

Pero como escribe el historiador Raymond Carr, Solzhenitsyn era un asunto imposible de suavizar. En 1971, el KGB intenta resolver el problema asesinando al disidente. Durante un viaje al sur de Rusia,  el escritor sufre una intoxicación con graves manifestaciones cutáneas. Todo indica que un agente secreto quiso eliminarlo inoculándole un potente veneno basado en el ricino. Tras la caída del comunismo, el hecho fue confirmado por Boris Ivanov, ex oficial de KGB destinado en la región de Rostov. De nuevo Solzhenitsyn se salva.

 

La tensión entre el disidente y las autoridades alcanza el máximo en 1973. El escritor descubre que una de sus colaboradoras ha recibido fortísimas presiones de la KGB (poco después se quitó la vida) y durante un registro, la policía ha descubierto el manuscrito secreto del «Gulag». Ante este hecho, Solzhenitsyn decide publicarlo en Occidente. El siguiente paso fue su expulsión de la URSS en febrero de 1974.

 

En medio de la lucha contra el sistema transcurre su historia personal, sus relaciones familiares, su convicción de ser «un hombre del destino». En 1940 se casa con Natalia Reshetovskaya, una compañera de colegio. Al conocer la condena, Solzhenitsyn –como otros prisioneros políticos a sus mujeres- le aconsejó que pidiera el divorcio. Natalia rechazó esa propuesta, pero tras años de separación y después del traslado de S. a un lager en Kazajastán, cede a la corte que le hace un joven viudo con dos niños. Natalia siempre había querido tener un hijo, su instinto materno se vuelca en los pequeños de su pretendiente. Manda a S. los papeles del divorcio, que el escritor firma sin rechistar. Pero en 1956, cuando de improviso Alexander regresa del exilio y va a verla, el amor de Natalia renace y vuelve con Solzhenitsyn.

 

Su vida en común durará una decena de años.  Tras el éxito de “Un día”, S. se centra cada vez más en su literatura y piensa cada vez menos en su mujer. Pasa largas temporadas fuera de casa, dedicado a escribir de la mañana a la noche en su casita de campo o en una dacha de Peredelkino, el pueblo de los escritores donde vivía Pasternak. En 1968, S. conoce a Alya -Natalia Svetlova- una joven licenciada en Matemáticas, separada de su primer marido, que quiere ayudarle en sus investigaciones sobre el Gulag. S. se aleja definitivamente de su primera mujer y vive con Alya. Cuando con sorpresa descubre que esperan un hijo –los médicos de Tashkent que le curaron el cáncer le aseguraron que si se salvaba, no podría ser padre- decide divorciarse. Con Alya tendrá tres hijos, y se casará en 1973.

 

Estas aventuras sentimentales se reflejan en los libros de S., que en su mayor parte tienen un fondo autobiográfico. Como si necesitara apoyarse fuertemente en la realidad para construir la ficción. En “La rueda roja”, el protagonista, el coronel Voronteseyv, un claro trasunto de S., está casado con una pianista a la que no ama; durante una estancia en San Petroburgo se enamora de una profesora de historia –S., en 1964, viajó a Leningrado donde conoció y se enamoró brevemente de una profesora de matemáticas-; descubierto el “lío”, la pianista amenaza varias veces con suicidarse –Natalia, cuando supo que S. vivía con Alya, intentó quitarse la vida con somníferos-. S., al relatar estos pequeños asuntos personales en el marco de una gran tragedia como la primera guerra mundial, la derrota rusa de 1914 y la revolución, logra algunas de las mejores páginas de «Agosto 1914» y «Noviembre 1916».

 

 

El enfrentamiento con las autoridades, excepcionalmente duro desde la concesión del premio Nobel en 1970, llega al máximo con la publicación de «Archipiélago Gulag»  en diciembre de 1973 en París. En febrero de 1974, S. es arrestado y expulsado de la Unión Soviética. Pocos días después Alya con los niños le sigue en el exilio. En diciembre y con cuatro años de retraso, S. recibe el premio Nobel en Estocolmo.

 

En 1976, S. se establece en Estados Unidos con su familia. Allí vivirá casi veinte años, dedicándose a «La rueda roja», su gran obra sobre la revolución. Le supone un gran esfuerzo de documentación y redacción, en el que le ayuda su mujer Alya y muchos compatriotas exiliados. Para descansar de ese gigantesco trabajo redacta sus memorias, que considera un simple ejercicio literario.

 

En 1994, tras la disolución del partido comunista ruso, S. es rehabilitado y regresa a su patria. Allí intenta difundir sus ideas sobre la organización social y mantiene un programa de televisión. Pero a pesar de su elección como académico, del homenaje público en su ochenta cumpleaños (con un concierto de su gran amigo el violinista Rostropovich, y la representación de una obra de teatro por la compañía de la Taganka), S. es un personaje extraño a la Rusia de hoy. «Tras su regreso a Rusia -explica su ex secretaria, Irina Alberti-, en S. se ha producido un cambio que me desconcierta. Temo que no comprende del todo la realidad de la nueva Rusia. Denuncia lo que todos saben: la mafia, la corrupción, la criminalidad difusa… (…) Desgraciadamente, S. no hace más que repetir tópicos (…)»

 

Según Irina Alberti, la época de los grandes disidentes, de S. y Sajarov, ha concluido, aunque permanece «su gran lección espiritual: la llamada a la verdad y al respeto de la persona humana». Ahora, dice Irina, están los herederos de este mensaje, «un gran número de personas de la actual Rusia que viven de estas aspiraciones y dedican su vida a su puesta en práctica». Son los «nuevos disidentes», entre ellos miembros de la Iglesia ortodoxa rusa, que sufren una censura en su patria, mientras que en Occidente simplemente se ignora su existencia: «no sólo no se les conoce, sino que no se les quiere conocer». Esto no impide a los  nuevos disidentes, «personas libres y capaces de pensar por su cuenta», buscar el modo de oponerse a la nueva prepotencia que les tapa la boca.

 

 

 

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LA OBRA DE SOLZHENITSIN: UN PROYECTO CICLOPEO

 

La obra de S. sobre la Revolución comprende tres grandes «nudos»: la entrada en guerra de Rusia y la primera grande derrota militar en agosto de 1914, la crisis militar y política de noviembre de 1916, y la gran revolución democrática de febrero-marzo de 1917. Es a este tercer nudo al que S. dedica más atención, con cuatro tomos, tres de relato y uno de documentación, en los que describe las semanas de febrero y marzo de 1917 que vieron la caída del zar y la proclamación del primer gobierno democrático ruso. S., en cambio, no ha escrito ni una línea sobre el «octubre rojo»: para el escritor ruso, la gran revolución fue la de febrero. «El acontecimiento realmente decisivo no fue la revolución de octubre, que en realidad no fue ninguna revolución. Lo que entendemos por revolución es un acontecimiento masivo y espontáneo, y nada de esto hubo en octubre. La verdadera revolución fue la de febrero, la de octubre no se merece ese nombre: fue un golpe de estado, y durante la década de los años veinte los bolcheviques la llamaban «el golpe de Octubre» (S. al semanario «Time»).

 

El proyecto para el que S. ha empleado más de veinte años de trabajo, por fin ha sido concluido. Pero casi nadie parece interesado. Su fama declina, y mientras en Rusia le acusan de  imitar al viejo Tolstoy, en Occidente “La rueda roja” sufre la peor suerte que puede acontecer a un libro: pasar inadvertido. Aparte de la edición rusa, sólo la editorial francesa Fayard ha publicado el texto completo, una mole enorme de más de cuatro mil páginas. En enero de 1998 salió en francés el tomo III de “Marzo 17”, el tercer nudo de esa obra monumental. “La rueda roja” en cambio no ha sido traducido ni al italiano ni al español -sólo existen viejas ediciones de «Agosto 1914» en su primera versión-, mientras que en inglés hasta ahora sólo se ha publicado «August 1914» y “November 16”.

 

En cuanto al “Archipiélago Gulag”, que a S. le costó la expulsión y veinte años de exilio, fue reeditado en Occidente al cumplirse los 25 años de la primera edición. Tras recibir unos pequeños aplausos, se le ha dejado caer, con discreción y delicadeza, en el rincón de las cosas olvidadas.

 

Pero Solzhenitsyn no suelta la presa. Es un escritor compulsivo, y en septiembre del año pasado su mujer anunció las memorias del exilio. Tituladas «Cayó el granito entre dos piedras molares», abarcan los años 1974-1994, en su mayor parte vividos en Estados Unidos en una dedicación exclusiva a “La rueda roja”. Los «ensayos del destierro» fueron escritos entre 1978 y 1994, casi como un descanso de «La rueda roja”, y constan de cuatro partes con catorce capítulos. «Novi Mir», la misma revista que sacó a la luz «Un día en la vida de Ivan Denisovitch», los ha ido publicando a lo largo de este año.

 

Las nuevas memorias tratan de cómo llegó a Occidente la familia del escritor, el modo en que logró salvar su archivo de las garras de la KGB, la ceremonia del Nobel (Solzhenitsyn fue premio Nobel 1970, pero las autoridades soviéticas le impidieron ir entonces, la entrega tuvo lugar en 1974), y los motivos por los que en vez de ir a Noruega -como había pensado al principio- se estableció en Estados Unidos. Es un texto polémico en el que destacan sus conocidas opiniones sobre la prensa occidental –“son peores que la KGB”, dijo al poco de llegar a Occidente- y las causas de sus desastrosas relaciones con ella, sobre la democracia y la libertad, el comunismo y el nuevo régimen ruso.

 

Estas memorias han tardado en aparecer porque S. y sus colaboradores tenían que controlar numerosos datos, algunos pasajes fueron enviados a los protagonistas lo que retrasó la publicación. Todo este trabajo se ha ido haciendo poco a poco, pues Solzhenitsyn considera las memorias «literatura secundaria». En la primera parte de las mismas, publicadas en 1975 con el título “El becerro y el roble”, el escritor relata su larga lucha contra el régimen soviético hasta su detención en 1974 y su expulsión. Se titula y el escritor las calificó de «reportaje desde el campo de batalla».

 

A pesar de la «censura cultural» que en Occidente ha caído sobre la obra de S., en los sectores intelectuales más abiertos y a la vez más conscientes, su mensaje no ha sido olvidado. S., escribe el pensador norteamericano Richard John Neuhaus, «es una de las grandes figuras de este siglo. Su papel puede ser adecuadamente descrito como profético». En «El archipiélago Gulag» y otros escritos, «ha fijado un estándar por el que incluso el más engañado de los engañados ya no puede negar la maldad del imperio del mal». A veces, añade Neuhaus, «reprendió a Occidente por su bancarrota intelectual y espiritual, y a su vez fue acusado de moralista incansable y de «eslavófilo» por nuestros intelectuales».

 

Sus libros, como «Noviembre 1916» son «cualquier cosa menos literatura ligera». «Abordarla es todo un proyecto, el autor mezcla la gente, causas, conflictos, confusión, esperanzas y desilusiones de pocas semanas de historia, y se las echa encima al lector, en su regazo. Como para decirle: «toma, tienes que pensar con fuerza sobre esto, esto es lo que pasó poco antes de que un gran pueblo fuera al infierno», concluye Neuhaus.

 

Más allá de los artículos de los críticos, las polémicas sobre si sus libros pertenecen a la literatura pura o impura, la obra de S. será siempre un testimonio claro y definitivo sobre la Rusia bolchevique y sobre este siglo. Ante ella, los distingos intelectuales de Occidente son simple y llanamente idioteces. Como dice André Glucksmann, «vistos desde el abismo del Gulag, los occidentales parecemos inexorablemente unos cretinos»

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Una biografía accesible de S., que analiza su vida juntamente con su obra literaria, es «Alexander Solzhenitsyn. A Century in His Life», por D. M. Thomas. St Martin’s Press. New York 1998. 584 págs, 30 $

La única edición completa de  «La rueda roja» en una lengua occidental es la de la editorial francesa Fayard (París), ed. 1983, 1985, 1993 y 1997. En ruso ha sido editada por Ymca Press.

 

 

 

 

 

 

 

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